No sé cómo arrancar estas cosas. Así que empiezo por el principio: hoy me pasó algo re loco. Primero tengo que aclarar que estaba lidiando con una linda resaca después de un jueves de peña (no me juzgues, tengo apenas 25) donde el vino y el guiso se encargaron de estirar la noche hasta cualquier hora.

La cuestión es que estaba en el teórico de Sociología, en una sala con 200 pibes y pibas, escuchando a un profe (un veterano de cuarenta y pico) hablar sobre Max Weber y la alienación. Mientras me tomaba unos mates —sí, para sumarle más acidez al estómago— el tipo se largó con ese término: “alienación”. Suena a peli de ciencia ficción, tipo "Los aliens me controlan", pero va por otro lado (aunque… un poco también).

En sociología, estar alienado es cuando sentís que ya no sos dueño de tu vida. Laburás, vivís y pensás según reglas que no decidiste. O sea, estás medio desconectado de tu humanidad, como un robot más del sistema. Weber lo asocia a cosas como la burocracia, que te hace actuar de manera mecánica: te levantás, tomás unos mates, vas a laburar, bancás el día, volvés, cenás, dormís... como en la teoría de las “3 C” (comer, cagxr, cogxr). Todo con eficiencia, rapidez, pero sobre todo inmediatez. Todo tiene que ser ya (¿te suena?). Y eso deriva, según don Max, en la famosa Jaula de Hierro: una prisión invisible que no te deja moverte libre, aunque vos creas que sí. Te juro, parecía un cuento de Cortázar.

Lo primero que pensé fue que la tecnología tendría que avanzar una bocha para que eso pasara. O sea, imaginate trabajar desde casa: tendría que existir algún sistema para conectarse remotamente con un jefe, recibir tareas, hacerlas y mandarlas… ¡en tiempo real! Un delirio. Apenas encuentro monedas de 25 centavos para llamarte desde un teléfono público, ¿y voy a poder laburar desde casa?

Además, para que esa alienación funcione a pleno, la gente no tendría que verse. Nada de juntadas, ni cine, ni salir a comer. ¿Cómo hacés para tener a todos metidos en sus casas? Tendrías que hacer como con los nenes: ponerles dibujitos todo el día. O con el abuelo, dejarlo frente a Crónica para que no joda. Una locura. Terminás hecho un robot: sin sentimientos, sin remordimientos...

Pero bueno, basta de esta flasheada. ¿Vos cómo estás? ¿Cómo va esa residencia? Quiero felicitarte, más allá de que sabés que te quiero como un hermano. El laburo que hacés vos y todos los que están en el Garrahan es increíble. Justamente una amiga (sí, zonzo, puedo tener amigas) me contó que a su hermanita recién nacida, que tuvo quilombos renales, la llevaron allá y le salvaron la vida. Me lo contaba entre lágrimas. Fue un momento emocionante, y loco, sentí un orgullo enorme por vos. Me decía que el hospital tiene médicos de primera… menos vos, claro (es joda, no te agrandés).

En fin, este mail (creo que es el cuarto que mando en mi vida; los otros fueron CVs a lugares que jamás me llamaron) es para decirte que te quiero mucho, y que me pone feliz que hayas elegido ser médico. ¿Te acordás cuando éramos chicos? Vos decías que ibas a ser doctor y yo quería ser kiosquero para morfarme todas las golosinas (goloso, ya sé, jaja). Y miranos ahora: vos, un ejemplo para la sociedad; y yo, estudiando Periodismo. Qué lindo que hayamos seguido nuestros sueños, cada uno a su tiempo, bancando las adversidades.

Y qué loco que, a pesar de todo lo que no funciona en este país, el sistema de salud todavía salva vidas, con profesionales de la hostia (¿qué te hacés el gallego, paquito?). Y ya que hablamos de eso, qué bueno que te quedaste. Apostaste por el país. Estoy seguro de que en algún momento vas a recibir el reconocimiento que merecés. Y si no… salimos a la calle, ¡y ya van a ver!

Bueno, amigo. A ver cuándo nos comemos esos pollos. Nos vemos pronto.

Abrazo grande a mi amigo el DOTOR.

Este mail fue mandado en noviembre de 1999. Nunca fue leído porque cayó en la bandeja de spam.